Antonio llega a Venezuela a principio de los años 20 desde Italia, en calidad de médico, contratado por una empresa extracción que realizaba trabajos en las minas de Aroa. Decidió aceptar la propuesta de venir a América, debido a que Europa entraba en una recesión económica y las oportunidades de ejercer su profesión cada vez eran menos. El viaje no fue fácil, el barco venia repleto de europeos buscando también, nuevas oportunidades, El hacinamiento, el calor y la humedad de viajar en tercera clase hizo lo suyo. Robos y peleas, fue el hecho común denominador que acompaño a los viajeros. La travesía la hizo en tres etapas: Sicilia - New York, New York-Panamá, Panamá-La Guaira. Y desde el Puerto de La Guaira en Venezuela, tres días de camino en burro hasta las minas de Aroa.
Ya en las montañas de Aroa, las soledades de la mina, lo obligo a buscar espacios que le permitieran conocer a otras amistades y utilizo como base de operaciones sociales o de distracción el pueblo más cercano que era San Felipe, capital del Estado Yaracuy. Allí conoció a Ventura Parra, cuando ella tenía 18 años de edad. Trabajaba como ayudante en la botica (Farmacia) del pueblo. Era una mujer morena, de porte indiano y muy atractiva. Aun cuando le llevaba 30 años de diferencia, su trato respetuoso, lleno de detalles y afecto llamo la atención de la india y se impuso el amor. Antonio, hablo con su familia, les prometió protegerla, que nunca le faltaría nada y además les ofreció también apoyarlos a ellos mismos. Le compro una pequeña casa en las afueras del pueblo y así, Vidosa llevaba su nueva vida entre la mina y los brazos de la india Ventura.
En diez años Antonio atendió los siete partos de Ventura. La vitalidad de sus 50 años estaba más que demostrada. Nunca se imagino, llegar a tanto, en este continente, en esta tierra casi perdida de la América del Sur. Siempre se preguntaba así mismo, que pensaría su familia allá en Italia, de conocer la numerosa descendencia del Señor Vidosa. Decía que era tantos, que ya no le alcanzaban los brazos para acobijarlos a todos. En esa época, la formalidad de casarse, era irrelevante, y registrar a los niños, para colocarle el apellido del padre, era algo que se hacía después cuando los hijos estuvieran un poco más grandes. Antonio, decidió esperar a que el último creciera más, para llevarlos a todos y hacer un solo viaje al registrador. También, tenia planes de llevárselos a todos en barco para presentárselos a su familia en Italia.
De la mina a la ciudad en ese tiempo eran trayectos de casi dos días de caminos y el trabajo lo obligaba a quedarse semanas o meses según el número de enfermos que se tenían que atender o cuidar. Solo en pensar la alegría que significaba ver a su nueva familia, la espera valía la pena. En esos tiempos el Clarinete fue su gran compañero.
La última vez que vieron a Antonio en San Felipe, expreso que ya no quería volver a la mina, deseaba más bien quedarse en el pueblo, para atender a su ya crecida familia. Cada vez le cansaban mas los viajes y sus casi 60 años comenzaban a pesarle. Pensaba en esa oportunidad, de llegar a un acuerdo con la compañía.
Finalmente partió, para una faena más de su trabajo. Prometiendo regresar en 15 días a lo sumo. Las semanas pasaron, igual los meses y no regreso el doctor Vidosa. La india Ventura, sospecho que las cosas no estaban bien, con el tiempo aprendió a conocer bien a Antonio. Se preparo para lo peor. Y en su soledad mas intima, lo lloro. Nadie informo nada, nunca hubo noticias. Sus siete hijos se quedaron sin llevar su apellido y sin tener los medios para una justa educación. Casi en la indigencia Ventura sobrevivió, hasta el fin de sus días. Antonio, fue su único marido.
Con los años se enteraron por carta de una hermana, que Antonio Vidosa, el médico italiano que trabajaba en las minas de Aroa, había muerto de un infarto del corazón, allá en las soledades de las selvas de Yaracuy. Se presume que su cuerpo fue enterrado en una fosa común, destinada para los trabajadores que fallecían, por el rigor de la actividad. No hubo sepelio, ni nadie a quien informar. En ese entonces las comunicaciones eran difíciles.
Antonio Vidosa, fue mi bisabuelo, y a él le debo, conservar el Parra de segundo apellido y mi gran gusto por los espaguetis. Dos de sus hijos, Manuel y Pedro, heredaron su talento por la música y fueron saxofonistas de la Orquesta La Pequeña Mavares, importante agrupación de la época. Por Antonio, Manuel y Pedro mi afecto por el Clarinete y el Saxofón. Mercedes, su penúltima hija, fue mi abuela. Tocaba con habilidad la guitarra. Un buen comienzo para el complicado árbol generacional de mi "romantica" familia, descendencia que viene producto más bien de amoríos que de formalidades.
Lenin Cardozo
Lenin Cardozo
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