Me
inicie en la música a través de la Coral de la escuela de Música Federico
Villegas, que estaba bajo de la dirección de un buen hombre llamado Francisco
Guevara. Ahí conocí, importantes
referentes del mundo coralista. Me hipnotizaba el coro del Aleluya de Händel, Carmina Burana de Carl Orff y el último
movimiento de la 9na Sinfonía de Beethoven con el Himno a la alegría.
En la Coral cada uno tenía su puesto fijo y aun cuando existiera alguna falta
temporal no debíamos movernos de nuestra posición asignada. A mí me ubicaron en
la fila de los barítonos, que estaba detrás de la de los tenores y detrás de
nosotros los bajos. La coral estaba dispuesta como en un semi circulo, y
nosotros estábamos en una de las puntas de esa “U” y de frente se encontraban
las sopranos y las contraaltos.
En
la fila de las sopranos estaba una linda muchacha que no dejaba de mirar hacia
donde estaba. Me hacía soñar despierto. Sentí que me detallaba y que era capaz de
conocer cada detalle de mi manera de cantar. Pasaban las semanas pero realmente no me atrevía
en decirle nada, sus miradas me eclipsaban, casi se transformaron en mi razón de
ir a los ensayos de la Coral.
Un
buen día, dejo ya de mirarme y no entendía, que habría pasado. Estaba desconcertado. Nada que hiciera le llamaba la atención. Creo
que esa situación me desvelo en varias oportunidades. Luego entendí
que delante de mi, en la fila de los tenores, exactamente en el ángulo hacia
donde yo me paraba, estaba ubicado un joven que estaba estudiando trompeta y
ahora lo habían pasado a la Orquesta Juvenil, por eso es que ella había perdido
su interés de mirar hacia donde yo me ubicaba.
Semanas
después efectivamente, la joven abiertamente mostró su interés por el
trompetista y bueno fue un noviazgo muy popular en ese entonces.
Lenin Cardozo
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